Mariana Bianchini

Hay una fuerza mucho mayor que la que ejerce la gravedad y es esa que se arremolina en el pecho, que nos embiste cada dos por tres cuando cometemos el error de distraernos y no deja de sacudirse en el interior hasta que encontramos nuestro camino. Criada en una familia matriarcal, en la que se priorizó el poder de decisión y los deseos individuales, experimentó sus límites y curiosidades que la llevaron a recorrer el amplio mundo del diseño de indumentaria hasta terminar sobre un escenario. Hoy es vestuarista, diseñadora, guitarrista, cantante y escritora de cuentos. Se casó con el rock hace más de dos décadas de la mano de Panza, la banda de punk rock en la que pudo exprimir su verdadera pasión y descubrir los distintos matices de la música para lanzar, paralelamente, su carrera solista. En este episodio te presentamos a Mariana Bianchini, la Matrioska que saca a relucir en cada una de sus canciones a las distintas artistas que conviven en ella.

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Momentos destacados de la charla

Tuvimos un par de situaciones a lo largo de la carrera en las que yo me encontré con ciertos comentarios… En una ocasión por parte de un manager, que me había dicho que como yo era la cantante, que era mujer, no había nada parecido para poder difundir en la radio. Que ni siquiera mi voz era tan dulce, o encajaba, como podía ser una banda más noventosa. Otro plan vocal. Las chicas en ese momento tenían voces más sónicas… y yo venía con unos gritos que eran insoportables, parece. Un chabón me dijo, en la grabación del primer disco de Panza: «para escuchar a una mina que me grita tengo a mi señora». Y así, un montón. Subirte al escenario y que te digan «che, las chicas de los músicos, abajo». Flaco, vengo a probar sonido, la concha de tu madre. ¿Qué tengo que demostrar?

Empecé a leer unos libros de feminismo que había en la casa de Sergio. Eso me despertó algo y a partir de ahí, empecé a investigar y a comprarme libritos. Bueno, después ya me servían para hacer letras. Me servían para sentirme más segura. Me servían para saber que no era la única que se cuestionaba algo así. Porque hoy yo me puedo encontrar con artistas actuales (Barbi Recanati, Lula, Maru) y es recomún hablar de eso: «che, me pasó tal cosa»; «a mí también». Pero a mí no me pasaba porque no cruzábamos tantas mujeres en escena. Me crucé con muy pocas. Y con las que nos cruzábamos medio que te mirabas como diciendo «ah, vos sos minita, también… les vamos a romper el orto». Terminabas como queriendo que tampoco hubiera otra mujer. Era otra época.

Un poco el enojo vino a partir de esos comentarios. A partir del «no». De que me digan «che, no: una banda con una mina así, no». Si vos llenás estadios, ahí sí… te aman. Pero si vos estás haciendo un proyecto y llevás 300 personas (que para mí es un montón, y amo a esas 300 personas) pero no alcanza para la industria… Entonces, supongo que si sos una banda popular, tal vez no les moleste tanto lo que hacés o si sos mujer o no. Así que mi enojo y la performance de lastimarme en vivo y ponerme en actitud medio rockera al pedo, o extrema, no lo provoqué mucho queriendo, sino que me fue llevando el lado oscuro de la fuerza.