Rosario: Luna cerró para siempre sus puertas y una multitud colmó el mítico bar para despedirlo

La noche del sábado fue la última del boliche que por más de 30 años supo ser uno de los espacios con aires bohemios más queridos en la ciudad. Fue un cierre divertido y de reencuentro.

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Y cerró Luna, nomás. En la madrugada de ayer, personas de todas las edades hicieron hasta una cuadra y media de cola para despedirse del bar con espíritu bohemio que funcionó durante tres décadas en Tucumán al bajo. Nadie fue hasta allí como si se tratara de cualquier otra opción para un sábado a la noche: no había más vuelta, llegaba la hora de despedirse de Luna, La Luna o el viejo San Telmo, un lugar donde nacieron y murieron innumerables historias de amor y donde amigos y conocidos de la vida aprendieron a encontrarse sin cita previa. El Bajo perdió una posta y cientos de parroquianos cumplieron con el ritual, consciente o no, de dar vuelta la página. “Fue raro, ambiguo, por un lado uno puede entender las razones del cierre y resignarse, pero por otro duele: es una ausencia que se va a sentir”, dijo ayer uno de los que se sumó a la despedida, el escritor Marcelo Scalona (52).
Con mayor o menor dosis de nostalgia, como siempre cuando se mira hacia atrás, más de mil personas lejos colmaron el bar de Tucumán 971 que hace diez días anunció su cierre, después de largas tres décadas en las que hizo gala de ofrecer la mejor música, sin concesiones.
“Luna es pop y rock, y eso es hasta el final, por lo que debe morir como lo que fue”, argumentó al anunciar el cierre Silvana Scuisatto, socia titular del bar junto a su ex marido, Pablo Bonilla. Dos años les llevó tomar la decisión.
Y ayer, una vez que las puertas de Luna se cerraron para siempre, la mujer contó que fue una despedida “que nadie organizó, sino que surgió de forma espontánea”. También se mostró sorprendida por la cantidad de gente que concurrió, incluidos los ex dueños del bar. La capacidad del local es de 750 personas, pero durante cinco horas y media la rotación fue constante.
“Fue un cierre divertido, de reencuentro, de pasarla rebien, no queríamos algo puramente nostálgico”, sostuvo Scuisatto, que acuna el proyecto de editar un libro sobre el bar, algo que “merecería por las increíbles historias” que albergó y por haber sido espejo de procesos sociales, culturales y políticos que urdieron el devenir de la ciudad.
Los avatares del lugar —sus sucesivos dueños, las improntas que cada uno de ellos le dejó, sus cambios de nombre y de formato— no impactaron nunca sin embargo en dos fuertes rasgos: su calidad musical (con inolvidables recitales en vivo y hasta un programa radial que se transmitió desde ahí) y la capacidad para convocar y hacer sentir bien a gente de todas las edades.
Y eso se replicó en la despedida, no programada pero puntual, de quienes colmaron el bar hasta entrada la madrugada y llegaron incluso a hacer una cuadra y media de cola para poder ingresar.
Descontracturado. “Yo no iba más que tres o cuatro veces al año, pero para mí indudablemente fue un lugar de referencia”, dijo Gabriela Prince (40), una traductora de inglés que señaló una diferencia interesante entre ese y otros bares de Rosario. “Hay lugares más fashion donde jamás se te va a acercar alguien, pero en Luna todo era más relajado y, sí, alguien se podía acercar simplemente a charlar”.
Para Scalona, el bar que supo congregar a “muchísima gente ligada al arte, la cultura y la militancia” sufrió una muerte anunciada. La gran pregunta es si esa “vacancia” podrá ser ocupada por otro espacio, que sepa, como supo Luna, conjugar las diferencias de edad, ayudar a mitigar soledades y crear un clima amigable, incluso en la a veces áspera noche rosarina.
 

Fuente: La Capital