Richie Kotzen: 10 preguntas sobre la creatividad (y algo más)

El guitarrista, que sacó un disco con Adrian Smith, analiza los misterios de la composición. También dice que la industria ya no lo ve como antes. Entrevista exclusiva.

«El año pasado fue bastante más fácil de lo que te imaginás. Había un montón de shows agendados y tuve que cancelarlos, como todos. Pero creo que necesitaba un break. Realmente aproveché el tiempo libre y lo disfruté», dice Richie Kotzen apenas atiende el teléfono.

«Llegué al punto de extrañar de vuelta subir al escenario. Pero cuando empezó lo acepté, por decirlo así. No había mucho que pudiera hacer, aunque sobreviví -agrega-. Y me gustaría salir a hacer shows cuando sea seguro y todos estén vacunados».

En esta ocasión, el tiempo es más tirano que nunca. Kotzen tiene sólo diez minutos libres y hay que aprovecharlos al máximo. Su última novedad es «Smith/Kotzen» (2021), con Adrian Smith, guitarrista de Iron Maiden. El disco empezó como un juego: pocos hubieran pensado en un dueto así (porque Richie rara vez comparte el lugar de guitarrista, sumado a que Smith históricamente participa en proyectos metaleros).

Adrian se había impresionado con Kotzen hace casi veinte años (y hasta son vecinos en California), pero las esposas de ambos sellaron la juntada: insistieron en que tenían que materializar sus interminables zapadas. Vaya si tenían razón. «Smith/Kotzen» (BMG) es uno de los destacados del año y tiene nueve canciones compuestas por ambos, que también tocan el bajo, la batería y se alternan las voces. Y en «Solar Fire» hay un invitado especial: Nicko McBrain, de Iron Maiden. ¿Qué tal?

-Para vos, lo esencial era generar un contrapunto con las ideas de Smith. ¿Cuán importante es escuchar lo que el otro dice para generar una buena respuesta?

-Gran pregunta. Es determinante. Cuando tocás con alguien, especialmente en vivo o improvisando, es clave oír antes de contestar. Y también saber cuándo dejar un silencio. Son todas cosas que podés discutir, pero al final del día son el instinto del artista. Yo veo a la música de la misma forma que alguien que juega al básquet: podés tener todas las habilidades, pero en vez de hacer 40 puntos solo, es mejor tomar decisiones que mejoren al equipo. Porque sino incluso podés perder, ¿sabés? Entonces trato de ver qué es lo mejor para la canción, siempre es la prioridad. Encajar con el otro es igual de importante, y lleva tiempo desarrollarlo. Algunos lo consiguen más rápido que otros.

-También te diste cuenta de que sus ideas eran distintas porque toca en una banda con tres guitarristas. En temas como «Taking My Chances» pensabas que ya estaba todo listo, pero él seguía agregando cosas…

-Sí, lo noté en su estilo y en su oído. Muchas veces, en el proceso, hubo temas que yo decía: «Ok, terminamos. ¡Pasemos al siguiente!». Y me respondía: «Esperá, tengo una idea para sumarle», y salía con un contrapunto. O una melodía chiquita a lo «llamada/respuesta», por ejemplo en «Scars». En ese tema se dio algo muy cool. Pero sí, tiene que ver con que tocó con otros violeros tantos años, y el desafío era encontrar la forma de que funcionara y el punto donde encajáramos. Eso nos lleva al principio de la charla: la importancia de escuchar, que requiere cierta madurez. La habilidad de Adrian de crear partes gancheras es una de sus cualidades que más me gustan.

Unos meses antes, Richie había sacado «50 For 50» (2020), un disco triple para festejar sus cinco décadas… ¡con esa cantidad de canciones! Definitivamente, el estadounidense es una fábrica de ideas.

-¿Y cuán importante es abandonar un tema a tiempo? En «Grammy» te pasaba que, si ponías más cosas, ibas a destruir el espíritu.

-Es fundamental. La clave, para mí, es que sé que está listo cuando empiezo a escucharlo como fan. Cuando lo oigo por placer, en lugar de intentar arreglarlo o ajustarlo, digamos. Simplemente lo pongo sin parar, como 20 veces, y me vuelvo un admirador (risas). Si me convierto yo en ese fanboy, sé que está terminado. Y digo: «Ok, este debería ser el parámetro. ¿Me gusta? ¿Me mueve algo interno?». Ahí noto que es el momento de seguir adelante.

La carrera de Kotzen como solista es inmensa, pero también estuvo en incontables bandas. Anotá: grabó «Native Tongue» (1993) con Poison, además de «Seven Days Live», del mismo año. Su período en el grupo terminó después de que se haya quedado con la mujer del baterista Rikki Rockett, pero esa es otra historia. Y no queremos vincularlo a Mauro Icardi.

Luego vinieron discos con músicos como Greg Howe, Stanley Clarke y Lenny White. Sin embargo es más recordado por «Get Over It» (1999) y «Actual Size» (2001), de Mr. Big. Ahí coincidió con el bajista Billy Sheehan, quien sería su compañero en The Winery Dogs, el trío que completa el baterista Mike Portnoy. Con ellos editó dos trabajos de estudio, y está grabando un tercero. Se esperan novedades pronto.

-Siempre hablás de que conociste a músicos que fueron «asesinos creativos». ¿En qué lo notabas?

-(Piensa). Dios, hice esto por mucho tiempo y tuve tantas experiencias desde adolescente… pero aprendí que es muy importante dejar que las ideas crezcan. Acá va un consejo para los artistas jóvenes, aunque no me lo pidieron: si trabajás en algo, no lo juzgues apenas lo tenés. Porque capaz un compañero dice: «Suena como tal tema», pero lo grabaron hace treinta años y nadie lo conoce. Eso puede cortarte las alas, que no llegues a ningún lado y que quedes en cero. Tenés que confiar un poco en vos y no caer en comparaciones hasta que esté listo.

-Y capaz la versión tres o cuatro del tema era la mejor, pero no lo habrías logrado sin pasar las primeras…

-Sí, exactamente. Si terminás con algo muy similar, lo arreglás al final. Apenas se te ocurre, dejá un nivel de fe y fluidez.

-Una vez bromeaste con que tenías 22 discos, pero que eran «sólo 11 canciones» que repetías. ¿Realmente lo ves así?

-Mmm… sí, me acuerdo de esa joda (risas). Depende de algo que menciono mucho, «el input y el output». Porque en definitiva compongo temas, así que saco algo de adentro. Quién sabe de dónde salen y qué importa, ¡pero salen! Y en un momento te quedás sin ideas, te secás. Ahí tenés que buscar más inputs, que para mí sería alejarme de la música. Capaz irme de viaje, por ejemplo. Cuando giraba tenía mucha inspiración, porque estaba todos los días en una ciudad distinta y salía a explorar bastante. Pero definitivamente necesitás ese input para que salga algo. Creo que está bien pasarse meses y meses sin componer nada. No pienso que sea alarmante, es un balance. Y en algún momento, si lo hacés tanto como yo, vendrán nuevas ideas y el círculo va a funcionar otra vez.

-Hubo temas que no te dejaban en paz hasta que los grabaste, como «I Wanna Stay», del disco con Smith; y «Mountains», de «50 For 50». ¿Qué los hacía diferentes?

-(Piensa) Es difícil decirlo. Son cosas intangibles que no sabés de dónde surgen, pero me quedaron atascadas. Y usualmente, esas entran en el disco. Tengo carpetas llenas de ideas, y de un montón me olvido, pero otras siguen volviéndome, y es un «signo» de que debo terminarlas. La melodía del estribillo de «I Wanna Stay» me volvía loco, y de repente me obligué a completarla. Es divertido cuando pasa, porque la canción te fuerza.

-¿Te acordás de otros casos?

-(Piensa). Estoy seguro de que existen, pero una vez que escribo algo ya paso al siguiente proyecto. El único momento en que vuelvo atrás es cuando tengo que aprenderlas para un tour, o muy de noche… ¡cuando viajo por «la ruta de los recuerdos» con una botella de vino y miro los videos en YouTube! (se ríe).

-Hace años, la industria te catalogaba de una forma que no te representaba. Eso cambió con «Get Up» (2004) -que salió de forma independiente-, y tu público creció. ¿Cuál es el balance hoy, que a veces trabajás con compañías?

-Antes vivías de las empresas, porque funcionaba así. Hoy puedo hacer los discos que quiero, sin influencias externas. Una vez que tuve el control fui todavía más sincero conmigo, y me permitió generar mi audiencia y salir de gira. Me establecí como un artista con sonido y dirección propios. Así que cuando trabajo con discográficas me dan libertad, porque ya demostré que sé lo que hago. Muchas de esas restricciones vienen del miedo, cuando el artista es joven y la empresa sólo busca ganar plata. Quieren asegurarse de que apuestan por algo que vende, no quieren terminar con un producto que no sea marketineable, porque sino no recuperan la inversión. Ahora, de adulto, lo entiendo. Pero de joven y en tus primeros veinte, creés que te las sabés todas y no escuchás a nadie. Yo fui uno de esos: era bastante terco y sabía lo que quería lograr, pero no llegué ahí hasta mucho, mucho después. Por suerte lo logré, y no me quejo en absoluto (se ríe).

-Cuando no tenés la guitarra a mano, hacés ensayos mentales. Te pasó con «Stick The Knife», por ejemplo, que le agregaste ideas sólo con tu cabeza. ¿Cómo lo explicarías?

-(Piensa). Bueno, creo que pasa por la experiencia, confianza y conocimiento del instrumento. Pero igualmente sigo laburando, no quiero que suene como que lo hago mágicamente. Lleva tiempo, y es parte del proceso. Cuanto más entrenado estés con la composición, más fácil va a ser que la toques y la aprendas. De nuevo, escuchar es clave: todo se reduce a ser un buen oyente.

-Una pregunta bonus, pero no menos importante: en nuestra entrevista de 2015 habíamos hablado de tus pantalones de yoga, que los tenías casi encarnados. ¿Seguiste usándolos?

-(Se ríe). Es divertido, porque con esto de la pandemia no salieron del armario en mucho tiempo. Es más, ¡creo que ya los saqué de circulación! (carcajadas).

«Smith/Kotzen» salió en 2021 con el sello BMG, y se consigue en formato físico y digital. Además, se espera un nuevo disco de The Winery Dogs para los próximos meses. A estar atentos.