Punk, feminismo y disidencia: de las Pussy Riot a la escena local

Desde su nacimiento y difusión en las décadas de los 70 y 80s, el punk se alzó como portavoz del descontento social. No sólo con críticas al sistema económico y la clase política, sino volviendo la mirada a la propia industria discográfica. En sus facetas más subterráneas, el grado y el contenido de las críticas siempre fue más radical que lo que el mainstream aprendió a capitalizar. Allí aparecieron, antes que en otras expresiones culturales masivas, los tópicos del feminismo y voces disidentes de quienes optaron por hacerlo ellas y ellos mismos (DYI). En las siguientes líneas aportaremos un pantallazo global sobre alguna de sus expresiones.

El domingo 18 de marzo Rusia reeligió como presidente a Vladimir Putin, quien ejercerá el cargo de premier ruso por cuarto período consecutivo, alcanzando así, al finalizar este nuevo mandato, casi un cuarto de siglo al mando de la nueva-vieja potencia mundial. Ríos de tinta se han escrito sobre las políticas de censura y persecución del Kremlin a expresiones disidentes, particularmente en lo que atañe a la diversidad/disidencia de géneros y el feminismo. Una de las expresiones más difundidas tanto de la resistencia como de las respuestas represivas, es la agrupación punk feminista Pussy Riot, que horas después de las elecciones le dedicó un videoclip al primer mandatario, escribiendo un nuevo capítulo en su serie de críticas a la sociedad occidental posmoderna.

“Seis años vamos a luchar

Seis años no vamos a obedecer

Seis años voy a hacer una pandilla

Seis años no vamos a comer restos”

(Elections, canción de las Pussy Riot en ocasión de la nueva victoria de Vladimir Putin)

 

Una plegaria punk

Cien años después de la revolución, el panorama ruso dista de ser una sociedad que goce de plenas libertades. Acabar con el zarismo de la vasta y rezagada Rusia de aquel joven siglo XX, implicaba barrer con sus leyes y esquemas sociales: entre otras reformas, la homosexualidad dejó de ser una figura definida por el Código Penal, y se legalizó el aborto. La primavera bolchevique duró poco, y el estalinismo redefinió el rumbo que tendrían los sucesivos gobiernos, comunistas o capitalistas, en torno a los derechos de las mujeres y la comunidad LGTTBIQ. Con movimientos intermedios, la línea no serpentea mucho entre la tipificación de la homosexualidad como delito en tiempos de Joseph Stalin y la aprobación de una ley que despenaliza las golpizas de hombres a mujeres en 2017 (aquellas “disputas familiares con consecuencias menores”, según Elena Mizúlina, impulsora el proyecto en el parlamento ruso).

La homofobia y la misoginia oficial son respaldadas y reforzadas por la iglesia ortodoxa rusa, principal institución religiosa del país. No hay futuro si nos mofamos de nuestros lugares sagrados, declaró un jerarca eclesiástico en una celebración luego de que encarcelaran a tres activistas señaladas como integrantes de Pussy Riot, que habían irrumpido en el altar de la Catedral del Cristo Salvador para interpretar la canción Virgin Mary, put Putin Away! (Virgen María, ¡echa a Putin!).

Pussy Riot puede definirse como un movimiento contracultural cuya superficie muestra a una banda punk de mujeres encapuchadas (por lo antedicho, está de más aclarar los por qué), con letras críticas del sistema y sus representantes. Debajo de la superficie, otros integrantes se encargan de la producción audiovisual y la difusión por Internet. Se calcula que el grupo completo consta de alrededor de 25 personas.

De aquel episodio en el que se denunció el conservadurismo de la Iglesia ortodoxa y su complicidad con el Estado, da cuenta el documental Pussy Riot: a punk prayer (Una plegaria punk). La difusión de las PR y el apoyo internacional fue inmenso, y las caras de Nadezdha “Nadya” Tolokonnikova y Maria Alyokhina dieron la vuelta al mundo. Esta exposición generó diferencias internas en el colectivo y finalmente se expulsó a ambas integrantes, que siguieron haciendo de las suyas: basta recordar aquel episodio de House of Cards en el que le cantan las cuarenta a Petrov (el Putin de la serie de Netflix).

https://www.youtube.com/watch?v=2a6HKFGg-p4

El movimiento punk under ha señalado a las Pussy Riot (PR) como superficiales o comerciales, sobre todo luego de las apariciones más frívolas de algunas de sus integrantes. Sin embargo, su extensa difusión ha aportado a que las miradas vuelvan cada tanto hacia la potencia del este europeo y a sus constantes privaciones de derechos. Ahí está, pese a las críticas que puedan hacerse, la importancia de la propuesta artística de las PR, retomando las armas de la cultura en general, y el punk como género en particular, para alzar la voz contra lo que quiere destruir.

Riot Grrrl! y el capítulo local

El punk y el hardcore de los ‘90 vino a romper con todo, incluso con los propios lugares comunes del género. Fanzines, grabaciones independientes, splits (discos o cassettes editados por dos o mas bandas en conjunto) y festivales: la oposición visceral al sistema había generado una potencia artística que generó la proliferación y la difusión de propuestas que traían al frente lo que el mainstream invisibilizaba. Uno de los movimientos más paradigmáticos fue Riot Grrrl!, producto de un conjunto de bandas punk de Estados Unidos (Bratmobile, Bikini Kill, y algunas más, según la fuente) y fanzineras y fanzineros que ponían en la agenda de la escena mediante sus canciones y sus zines fotocopiados, idearios feministas y libertarios. Puede leerse en su manifiesto:

Porque queremos y necesitamos fomentar y ser alentadas en nuestras propias inseguridades, en la cara del chongo rockero cervecero que nos dice que no podemos tocar nuestros instrumentos, en la cara de autoridades que dicen que nuestras bandas o zines / etc son los peores en los EE.UU.

– Porque el hacer / leer / ver / escuchar cosas interesantes que validan y nos desafían nos puede ayudar a ganar la fuerza y el sentido de comunidad que necesitamos con el fin de averiguar cómo mierdas como el racismo, la discriminación por edad, el especismo, el clasismo, el sexismo, el antisemitismo y el heterosexismo figuran en nuestras propias vidas.

– Porque odiamos al capitalismo en todas sus formas y ver nuestro principal objetivo como compartir información y mantenerse con vida, en lugar de obtener beneficios de ser cool de acuerdo a las normas tradicionales.

– Porque creemos con todo nuestro corazón, mente y cuerpo que las mujeres constituyen una fuerza de alma revolucionaria que puede y va a cambiar el mundo real.

(Manifiesto Riot Grrrl!, publicado en el zine Bikini Kill Zine 2, 1991. Traducción de Lala Toutonian)

Este pequeño fragmento de un material editado hace 27 años basta para dar cuenta de que los ideales del feminismo que en nuestros días han alcanzado –algunos de ellos- estado público vía los grandes medios de comunicación y algunas de las denominadas influencers, no son cosa de “hace un año y medio atrás«, mal que le pese a los ‘Beto’ Casella de la sociedad.

Por otro lado, y como se desprende del manifiesto, el movimiento Riot Grrrl! (con ese rugido feminista en el nombre) se planta contra las injusticias del sistema capitalista-heteronormativo y con los reflejos del mismo en la escena HC/Punk que aparecía en los noventa.  Las facilidades y los privilegios de las bandas de varones, el lugar de las mujeres como groupies, fans, admiradoras. Otra batalla que se extiende en el tiempo.

«El aborto ilegal asesina mi libertad». Split grabado en conjunto por She-Devils y Fun People.

Ese movimiento tuvo sin dudas su capítulo local. Artistas y agrupaciones que retomaban la agenda del punk por fuera de lo que las grandes discográficas habían comprado para ampliar sus ventas. Así es que podemos encontrar a las She Devils, banda punk formada en 1995 por Patricia Pietrafiesa, Lucio Adamo (años después reemplazada por Inés Laurencena) y Pilar Arrese. Las She Devils retomaban los tópicos del punk rock de la no-violencia, el anti capitalismo o el veganismo, pero sumaban los temas del feminismo y los derechos LGTB desde la voz de las mujeres y la disidencia. Por esos mismos circuitos circuló el fanzine Homoxidal 500 (“Causas impuras siguen buscando adeptos. Pudrite del todo con Homoxidal 500. Si no sos torta, si no sos puto, seguro que te hacés”).

No había imposturas ni modas: se trataba de una militancia desde el arte y la difusión, de gritar la bronca desde el lugar de quienes eran (y son) doblemente violentados y violentadas y discriminadas y discriminados. En el año 2000 las She Devils grabaron junto con Fun People un Split de nombre “El aborto legal asesina mi libertad”: 18 años después el tema llega a la agenda pública y al debate legislativo. Las integrantes actuales conforman, además, junto con otras músicas, la banda de cumbia-punk Kumbia Queers, sacando la voz disidente del gueto punk y llegando a ámbitos más amplios.

En la actualidad, el grupo de investigación Ni groupies ni musas, libres y creadoras busca visibilizar artistas vinculadas a las mujeres (trans y cis) tanto en la historia como en la actualidad. Periódicamente, en su página de Facebook y su blog, podemos encontrar historias o entrevistas con distintas músicas y productoras (bajo el lema #VisiblesNosQueremos), o invitaciones a eventos con perspectiva feminista. Uno de los últimos fue la presentación del Archivo de Fanzines Feminstas/LGTTB y mujeres en el punk/HC de Patricia Pietrafesa, organizado por Jacqui Casais, escritora y vocalista de la banda MeGaFauNa.

She Devils en concierto – PH Nico Avelluto

De Rusia a Argentina, de Ushuaia a La Quiaca, las mujeres han tomado históricamente la tarea doble de visibilizar el sistema patriarcal que las oprime doblemente, y sus trabajos y producciones ninguneadas por sellos y productoras del mainstream. Por esa lucha incansable hoy no sólo nos resulta menos inusual ver mujeres en casi todos los escenarios urbanos, sino que puede resultarnos una buena bocanada de aire fresco para una industria y una escena viciada de imposturas y modelos masculinos.