#Cronica Lisandro Aristimuño en Rosario: comida para el alma

La noche de sábado rosarina contó con un invitado de lujo: Lisandro Aristimuño. En un Teatro El Círculo repleto de gente, el cantautor patagónico recorrió su discografía con un setlist cargado de emoción, nostalgia y sonidos sureños. Te invitamos a revivir un show increíble.

El Teatro El Círculo es, sin lugar a dudas, uno de los teatros más hermosos e increíbles de nuestro país. Aunque lo hayamos visitado mil veces, cada vez que volvemos a entrar nos maravillamos como la primera vez. Y esa maravilla se convierte en una suerte de magia cuando arriba de las tablas aparece un artista de la talla de Lisandro Aristimuño.

Abrió el show con Me hice cargo de tu luz, canción perteneciente a su disco 39 grados: entre un juego de luces alucinante, la fuerza instrumental envolvente de la música de Aristimuño llenó por completo la sala. Le siguió How Long, con su tono desesperado y sus letras casi agónicas (“Pedirle a mi corazón/ que no se detenga ahora”) que culminó con una sorpresa: Rocío Aristimuño participó de un dueto con su hermano; él con su guitarra, ella con un zapateo energizante.

“Es un honor estar en este teatro hermoso. Vamos a hacer mucha música”, lanzó Lisandro, ante el aplauso arrollador del público rosarino. Acto seguido, cumplió su promesa. Con Una Flor, de su último disco Constelaciones, la vibra se tornó desgarradora para luego volverse completamente inquietante con En Mí: “pisando el sol/ pensando en vos/ es igual para mí al fin/ tu amor se secó en mí”.

Los vientos patagónicos llegaron para quedarse con El plug del sur, durante la cual, Aristimuño dirigió al público haciéndole cantar la melodía conmovedora de los violines, en lo que sería el primero de varios momentos de conexión entre el músico y su gente.

La nota acústica e íntima de la noche llegó con Tu nombre y el mío y con un precioso cover de Av. Alcorta, canción de Gustavo Cerati. En este momento, la banda descansó por un ratito y Aristimuño demostró que no necesita orquestación para encantar a su audiencia; basta con escucharlo a su guitarra y a él.

A esta altura, el clima ya era de puro goce musical pero, sin dudas, el hechizo se hizo carne con dos canciones de su exitoso disco, El asunto de la ventana. Con La última prosa, Aristimuño sacó a relucir no sólo lo mejor de su capacidad como letrista sino también de su habilidad incomparable para hallar un reducto de luz incluso en la oscuridad más absoluta: “el jugo en mi sombra es ardiente/ la buena noticia sos vos/ sos vos”. La luminosidad se volvió colectiva con Anochecer, cuando el músico bajó del escenario, guitarra en mano, y recorrió los pasillos del teatro. El ritmo de carnavalito nos hizo bailar a todes, como si en el bailar mismo se fueran todos los males. Cuando Aristimuño estaba por subir de nuevo a las tablas, una persona del público le colocó un pañuelo verde sobre el hombro. Con una sonrisa, el músico lo anudó en el pie de su micrófono y, por supuesto, apenas terminó la canción, el público empezó a cantar “aborto legal/ en el hospital”.

La realidad político-social de país asomó otra vez con Azúcar del estero, una de las canciones más esperadas de la noche. “Quiero dedicar esta canción y me parece muy importante, a las universidades públicas”, destacó el músico antes de tocarla. La reacción de la gente no se hizo esperar: luego de un aplauso arrollador, la canción se convirtió en un dueto entre el público y Aristimuño. El coro de voces generó un clima de fiesta pero también de resistencia colectiva al cantar, con sonrisas compartidas, “no te dejes más vencer/ al alma hay que darle de comer/ un poco de azúcar del estero/ un poco de risa y caramelos”.

De allí en adelante, todo fue celebración. La positividad contagiosa de Hoy, hoy, hoy convirtió nuevamente al teatro en un lugar de baile y festejo. Tal vez afuera nos esperaban los problemas, los dolores, las angustias, pero allí adentro tuvimos un descanso, un momento de resguardo frente a las inclemencias de nuestros tiempos: “hoy, hoy, hoy/ yo voy a ser feliz/ hoy, hoy, hoy/ yo quiero estar así” cantaba Aristimuño y era imposible no sonreír y no entregarse a la energía renovadora de su música.

La sensibilidad social del músico del sur se dejó ver nuevamente, cuando antes de tocar Green lover, mencinó: “Esta canción siempre se la dedico a las Abuelas de Plaza de Mayo, a los derechos humanos, a la verdad y a la justicia”. ¿Qué mejor recordatorio del poder transformador de la esperanza que la lucha de nuestras abuelas del pañuelo blanco?

El show terminó como había empezado: con la magia irresistible de un estilo musical que, con raíces folklóricas pero también con influencias de lo mejor de nuestro rock nacional, logra iluminar y colorear cualquier sentimiento gris. Con Es todo lo que tengo, es todo lo que hay, Vos, Pozo y Elefantes, Lisandro Aristimuño, nos despidió distintes. Algo había sucedido en esas más de dos horas de recital y todes lo sabíamos. El disfrute colectivo nos había recordado que aún cuando la oscuridad acecha, todavía nos queda el transformador más fuerte: la música.